El revuelo que han causado las declaraciones de la diputada Faride Raful, en su argumentación para que no sea obligatorio la lectura de la Biblia en las escuelas dominicanas, no me lleva ni a descalificarla ni a considerarla satánica, ni mucho menos, aunque no estoy de acuerdo con sus planteamientos.
Y ¿Por qué, no lo estoy? El argumento principal en esta cuestión, es la condición de la República Dominicana de ser un estado laico y que al ponerse como obligatoria la lectura de la Biblia se transgreden derechos de quienes no profesan la fe cristiana.
Pero, el tema es más complicado que la simple defensa del derecho a la libertad individual de creer o no creer y tiene mucho que ver con el rol, el papel, que asignamos a la escuela.
Si la escuela es, el espacio en que se forman nuestros hijos, esa escuela es y debería ser el lugar en que se promueven los mejores valores de nuestra sociedad y de nuestra cultura.
La propuesta pone en primer lugar el derecho de una minoría, los que no creen o profesan otras creencias, frente al de la mayoría, lo que sí creemos.
La lectura de la Biblia no daña a nadie y si aporta valores, esos que hoy día parecen hacer cada vez más falta en nuestra sociedad. ¿No vivimos reclamando incluso, que se vuelva a la enseñanza de moral y cívica en las escuelas?
Leer la Biblia en las escuelas, lo único que puede hacer es bien a niños y jóvenes que viven en sectores en donde lo que abunda es la droga, el crimen y la robotizada y enajenante cultura de las redes sociales. Al fin y al cabo ¿Cuántos nacidos de hogares cristianos no le hacen ni caso a la palabra?
Por lo tanto el que no quiera oírla o hacerle caso siempre tendrá ese derecho. Brindarle la oportunidad de escuchar la palabra de Dios a nuestros muchachos en la escuela, en la casa y en la iglesia, estimular su conocimiento de la palabra de Dios, siempre será bueno.
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