
Es preciso, en primer lugar, que la responsabilidad social juegue su rol, ya que hay mucha gente, sea por ignorancia, exceso de confianza, por fe ciega, intoxicación informativa, etc., estén poniendo en riesgo la salud de todos. Es inconcebible que, a esta altura de juego, hayan personas que sigan haciendo “gárgaras de tachuelas” para aliviar los efectos del COVID19.
Si bien, tenemos muchos gobiernos que aún no han tomado el “toro por los cuernos”, es preciso decir, que muchos ciudadanos irresponsables comparten la responsabilidad de propagar el virus, haciendo colapsar los sistemas de salud, y por vías de consecuencias, provocando la muerte de tanta gente, que pudieran evitarse con tan solo apelar al sentido común.
Es fácil culpar al otro de nuestros males, pero muy difícil entender cuando no actuamos correctamente, sobre todo, en desmedro de la mayoría. Me atrevo a decir, asumiendo las consecuencias de este planteamiento, que la mejor cura la tiene cada persona en sus manos por medio del aislamiento y tomando las previsiones de lugar, para evitar el contagio; pero ante la negatividad de tanta gente de no obedecer a las autoridades, hace falta mano dura contra ellos, que amparados en una supuesta libertad ciudadana, hacen lo que les da la gana, mientras seguimos perdiendo vidas.
Hay que denunciar cuando las autoridades no se sitúan a la altura de las circunstancias, pero también debemos reprochar al individuo que denota un comportamiento inadecuado, sobretodo cuando está de por medio la salud colectiva.
Reitero, mano dura contra los irresponsables, o sencillamente enfrentaremos la triste realidad de ver muchas actas de defusiones entre los 7 mil 500 millones de habitantes de la tierra.
Actuemos ahora, o en cuestión de meses, no tendremos a quién dejarle la difícil tarea de contabilizar al último coterrano que le toque partir.
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