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El cerebro es el más complejo y enigmático órgano del cuerpo humano, la torre de control de todo nuestro accionar físico y mental. Este extraordinario órgano posee características muy peculiares que lo hacen único.
Hay un consenso en la comunidad neuro-científica, al establecer que al cerebro no le interesa que seas feliz o infeliz, que seas pobre o rico, o que que estés bien o mal; lo que le importa es sobrevivir; por eso le gusta realizar el menor esfuerzo, ya que su mayor equilibrio lo encuentra en su zona de confort.
El cerebro le teme a la muerte como el diablo a la cruz. Todo lo que considere un peligro que atente contra “su vida”, dispara unas alarmas llamadas neurotransmisores, que son unas sustancias químicas que funcionan como mensajeros que le advierten del peligro. Cuando detecta la amenaza, se produce una compleja actividad fisiológica que demanda de un mayor flujo de oxígeno para los músculos, de ahí que, se acelera la respiración para reponer el oxígeno, y aumenta el ritmo cardíaco para hacer formal entrega del oxígeno requerido. Es a partir de este rápido y complejo proceso que el cerebro evalúa y magnifica el peligro.
Cualquier situación, por más simple que parezca y que altere su “holgazanería”, el cerebro dispara sus alarmas de seguridad, asumiendo que corre peligro, y si esa situación la relaciona con la muerte, se expande el pánico por todo el sistema nervioso. Esa información que provocó su alteración no se pierde, queda almacenada con un determinado código relacionado con el miedo y cuando por alguna razón vuelve a recordar esa situación, el cerebro reacciona y apela a sus mecanismos de defensa. En este caso, se produce una respuesta en calidad de alarma que prepara al organismo para actuar frente a un peligro potencial. A esto se le llama ‘ansiedad’, que mientras sea moderada no habrá mayores inconvenientes, pero si por el contrario, sobrepasa ciertos límites, se produce una reacción fisiológica como respuesta a una “estimulación externa, física, psíquica o sensorial que interpretamos como amenazante”, provocando agitación en la respiración, sudor en las manos, etc. Esto se denomina ‘estrés’, que si se prolonga, puede empeorar hasta convertirse en depresión, que si no es tratada a tiempo puede tener consecuencias devastadoras, incluso la muerte.
Si en algún momento te llega el desánimo y consideras que puedes estar en un estado de depresión, los expertos aconsejan: Comunica tus sentimientos a alguna persona de confianza, busca ayuda profesional, mantén contacto con amigos y familiares, ejercítate, realiza actividades que te generen satisfacción, escucha música, evita el alcohol y las drogas, etc. Todos estamos expuestos a la depresión, pero sólo cantan victoria aquellos que pueden detectar a tiempo que algo no anda bien en su personalidad y toman las decisiones correctas en el momento preciso.
Hay un consenso en la comunidad neuro-científica, al establecer que al cerebro no le interesa que seas feliz o infeliz, que seas pobre o rico, o que que estés bien o mal; lo que le importa es sobrevivir; por eso le gusta realizar el menor esfuerzo, ya que su mayor equilibrio lo encuentra en su zona de confort.
El cerebro le teme a la muerte como el diablo a la cruz. Todo lo que considere un peligro que atente contra “su vida”, dispara unas alarmas llamadas neurotransmisores, que son unas sustancias químicas que funcionan como mensajeros que le advierten del peligro. Cuando detecta la amenaza, se produce una compleja actividad fisiológica que demanda de un mayor flujo de oxígeno para los músculos, de ahí que, se acelera la respiración para reponer el oxígeno, y aumenta el ritmo cardíaco para hacer formal entrega del oxígeno requerido. Es a partir de este rápido y complejo proceso que el cerebro evalúa y magnifica el peligro.
Cualquier situación, por más simple que parezca y que altere su “holgazanería”, el cerebro dispara sus alarmas de seguridad, asumiendo que corre peligro, y si esa situación la relaciona con la muerte, se expande el pánico por todo el sistema nervioso. Esa información que provocó su alteración no se pierde, queda almacenada con un determinado código relacionado con el miedo y cuando por alguna razón vuelve a recordar esa situación, el cerebro reacciona y apela a sus mecanismos de defensa. En este caso, se produce una respuesta en calidad de alarma que prepara al organismo para actuar frente a un peligro potencial. A esto se le llama ‘ansiedad’, que mientras sea moderada no habrá mayores inconvenientes, pero si por el contrario, sobrepasa ciertos límites, se produce una reacción fisiológica como respuesta a una “estimulación externa, física, psíquica o sensorial que interpretamos como amenazante”, provocando agitación en la respiración, sudor en las manos, etc. Esto se denomina ‘estrés’, que si se prolonga, puede empeorar hasta convertirse en depresión, que si no es tratada a tiempo puede tener consecuencias devastadoras, incluso la muerte.
Si en algún momento te llega el desánimo y consideras que puedes estar en un estado de depresión, los expertos aconsejan: Comunica tus sentimientos a alguna persona de confianza, busca ayuda profesional, mantén contacto con amigos y familiares, ejercítate, realiza actividades que te generen satisfacción, escucha música, evita el alcohol y las drogas, etc. Todos estamos expuestos a la depresión, pero sólo cantan victoria aquellos que pueden detectar a tiempo que algo no anda bien en su personalidad y toman las decisiones correctas en el momento preciso.
*Franklin Díaz es coach y conferencista motivacional dominicano.
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