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La adolescencia es un complicado y memorable viaje que se prolonga por 9 años (de 10 a los 19), cuyo puerto de arribo es la adultez. Es un desplazamiento emocionante y significativo donde el comportamiento y la personalidad se definen, y al final de la travesía se experimenta una visión madura del mundo circundante. Sin embargo, una de las mayores complejidades se da, no sólo por las extrañas preguntas sin respuestas de los protagonistas de esa etapa, sino que, la incomprensión de sus padres y/o veladores, juega un papel preponderante, que de cierto modo definen, para bien o mal, el futuro de este grandioso período de la vida.
Lamentablemente, ni en las escuelas ni en los hogares se tiene una visión clara de lo que implica la adolescencia, pues se entiende que, identificar sus comportamientos y someterlos a medidas correctivas y reproches, según criterios particulares, sin ningún rigor científico o pedagógico, es una buena forma de sobrellevarles durante este trayecto, que más allá de una etapa pura y simple, es el camino que puede marcar su comportamiento hasta el último segundo de su existencia.
Nadie, en ninguna etapa de su vida, tiene más frentes abiertos que los adolescentes, pues, son los más criticados, los más subestimados, a los que más se les exige, los más desordenados de la casa, los más rebeldes, en fin, los más incomprendidos, y, a decir verdad, estas famas no son gratuitas, en cierto modo son ciertas, sólo que, en la mayoría de los casos, no se les entiende, solo se les reprime.
Muchos desconocen los enormes cambios físicos, sexuales, cognitivos, sociales y emocionales que ocurren durante la adolescencia, ignoran que es la etapa donde se experimenta el desarrollo de la identidad y la autonomía personal, pero, además, no comprender lo que ocurre en su cerebro para que manifiesten tal o cual conducta, por eso resulta difícil conducirlos por el mejor camino. De ahí la importancia de describir algunas características básicas, científicamente comprobadas, que pudieran contribuir a comprender fácilmente a nuestros muchachos y así tener mejores herramientas para ayudarlos a tener un viaje placentero y más productivo.
Durante la adolescencia, el cerebro está en un proceso de desarrollo, por eso son distintos a las demás etapas. Por naturaleza son más impulsivos, irracionales y hasta cierto punto más peligrosos, y es que se ha comprobado de manera científica, que las amígdalas, que tienen la responsabilidad de controlar las reacciones de carácter instintivo, incluido el temor y la agresividad, tiene un desarrollo temprano, sin embargo, en las regiones ejecutivas que se ubican en el lóbulo frontal, que tiene la responsabilidad de controlar el razonamiento y a pensar antes de actuar, tiende a desarrollarse más tarde, y es esa la razón por la que los adolescentes no suelen medir las consecuencias de sus actos.
Los adultos pretenden que los adolescentes actúen como ellos, lo cual es anticientífico, puesto que en ambas etapas se aprecian dos formas y estilos de vida muy distintos, donde la impulsividad, las malas interpretaciones a las señales sociales y emocionales; las conductas temerarias, etc., son rasgos distintivos en esta etapa, mientras que en la adultez se aprecian rasgos conductuales diferentes. Sin embargo, esto no quiere decir que el comportamiento en la adolescencia no puede haber cambios significativos; por supuesto que sí, los cambios pueden venir en cualquier etapa de la vida, de ahí la importancia de tener una voluntad bien definida para entenderles; ponerse en su lugar, sobre todo, entendiendo que una vez fuimos adolescentes; respetar sus inquietudes y necesidades, y a pesar de sus comportamientos, debemos mantener una comunicación fluida con ellos; escucharles y hacerles saber que por encima de todo, son parte esencial de nuestras vidas y que sentimos orgullo por ellos.
No debemos olvidar que el cerebro de un adolescente siempre está disponible para el aprendizaje y para la adaptación, por eso, más que pretender que nos entiendan, debemos entenderles mejor, conscientes de que detrás de sus rebeldías naturales, hay un ser humano sediento de afecto, ansiosos de ser comprendidos, y sobre todo, si queremos obtener excelentes resultados de ellos, estamos en la obligación de cultivar una relación afectiva inteligente, conscientes de que de ese vínculo va a depender la calidad del producto que deseamos.
*Franklin Díaz es coach y conferencista motivacional dominicano.
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