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lunes, 23 de agosto de 2021

HAITI DESDE OTRA PERSPECTIVA

Por Franklin Diaz

cpuederd@gmail.com
Según el Banco Mundial, Haití es el país más pobre del hemisferio, con un Producto Bruto Interno (PBI) en 2020 U$ de 1147 anuales, a precios constantes. Esto quiere decir, que, es el cálculo de la producción de bienes y servicios que produjo ese país en el periodo enero a diciembre de ese año. 

Un dato reciente publicado por “France 24”, plantea que seis (6) de cada diez habitantes en Haití viven con menos de dos dólares al día. Asimismo, “Visual Capital” de Vancouver, Canadá, en su último ranking de la economía mundial, ubica a Haití en el puesto 16 de los países más pobres del mundo, con US$732.07 del PIB Percápita, sin embargo, esa pobreza económica, aunque juega un rol muy importante, hoy quiero limitarme a otro tipo de pobreza, que no siempre va de la mano con la otra, me refiero a la pobreza espiritual.

Al hablar de la pobreza espiritual del pueblo haitiano, estoy hablando de que, ante la falta de reconocimiento de la omnipotencia de Dios, lo subordinan y lo degradan, colocándolo por debajo de las creencias del Vudú, que es su herencia religiosa africana, que si bien, pueden apreciarse diversos matices culturales con cierta riqueza. No puede ocultarse que detrás de esos credos, hay un sin número de oprobios, que se han insertado en la sangre de los haitianos, que aunque muchos estudiosos en la materia pretenden auscultarla como una de las más ricas de los pueblos de América, lo cierto es que la práctica del Vuduísmo, cada vez más distorsionada, parece ser una sombra, que vista en perspectiva, se aprecia una prisión colectiva, donde la superstición, la magia negra, la brujería, los maleficios, entre otras expresiones, pesan mucho más que cualquier otra creencia.

Nací en un batey y me crié entre otros tantos. Viví el auge y la última etapa de la industria azucarera, otrora columna vertebral de la economía dominicana, por consiguiente, tuve la oportunidad de conocer muy de cerca a los haitianos. Y es importante recordar que la mano de obra haitiana era la clave para el cultivo de la caña de azúcar, y mi padre, por más de 50 años estuvo dedicado al trabajo tesonero para el ingenio azucarero más importante de la época (Rio Haina), por eso creo tener cierta propiedad para emitir algunos juicios.

Los haitianos parecen cortados, todos, con un misma “tijera”: Son trabajadores incansables, gente que desconfía hasta de su propia sombra, pero de quienes más desconfían es de sus compatriotas. Piensan como ente individual, por eso sólo actúan como turba, de forma desordenada, generando confusión y caos entre ellos mismos. De las pocas actividades en las que los verás actuar al unísono, es cuando se trata de sus fiestas paganas, como en el “priyé” y en el gagá. En la primera (priyé) son unos ritos esporádicos, consistentes en fiestas de tambó, donde un grupo de hombres y mujeres bailan alrededor de una fogata con un hierro en el centro, un tazón de maíz, sacrificios de animales y alcohol, donde se invocan a seres del “más allá”. El segundo (Gagá), que aunque algunos historiadores insisten en decir que es parte esencial de la cultura dominicana, creo firmemente en que es una expresión degradada de la cultura haitiana, donde “el diablo” y un sin número de rituales vinculados a la hechicería son los protagonistas.

Todo parece indicar que la energía de los haitianos está concentrada en los mismos códigos de creencias enraizadas desde sus orígenes, y desde mi óptica, parecen atrapados en una burbuja de credos y mitos, que pudieran ser ricos en términos culturales, pero no tan así desde el punto de vista espiritual.

Creo, firmemente, que lo que ocurre en Haití, en todos los sentidos, son explosiones de un cúmulo excesivo de energías no tan positivas que parecen no tener vuelta atrás. Se me ocurre pensar, que la comunidad internacional no sólo debe concentrarse en la ayuda económica y los trabajos de reconstrucción por el último sismo ocurrido allí y su inestabilidad política y social tradicional en ese país, especialmente del asesinato del Presidente Jovenel Moise.

Entiendo que se debe trabajar con entereza en los principios o actitudes que configuran la vida espiritual del pueblo haitiano, pues considero que más de 11 millones de personas hablando un mismo idioma, abrazando una misma causa, con una visión distinta del mundo de hoy, pudieran ser elementos fundamentales para cambiar el rumbo de una nación que merece mejor suerte.
*Franklin Díaz es coach y conferencista motivacional dominicano.

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