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Hay una tragedia silenciosa que se manifiesta de manera insidiosa en esta vida, se trata de personas que parecen estar presentes, pero, en realidad, están ausentes. Son individuos que navegan por la corriente de la existencia sin propósito, sin pasión y sin la más mínima consideración por las consecuencias de sus actos.
Estos individuos podrían considerarse como espectadores de sus propias vidas, atrapados en una espiral de indiferencia hacia todo lo que les rodea. No hay sueños por cumplir, ni metas que alcanzar. Se deslizan por los días con una monotonía desesperante, como si estuvieran anestesiados ante la maravilla y el potencial de la vida misma.
Su apatía es palpable en la forma en que interactúan con el mundo. Carecen de interés por involucrarse en conversaciones significativas, evitando comprometerse con ideas o conceptos que despierten su mente. Las emociones parecen haberse desvanecido, dando paso a una existencia gris y desprovista de pasión.
Estas personas, también, no están exentas de tomar decisiones. Sin embargo, su falta de consideración por las consecuencias de sus actos los lleva a una peligrosa senda de impulsividad. Actúan sin reflexionar, sin medir el impacto de sus elecciones en sus vidas y en las de los demás. Esta indiferencia puede generar un efecto dominó de problemas y dificultades, creando un ciclo pernicioso que perpetúa su propia falta de relevancia.
El paradójico aspecto de esta existencia es que, aunque físicamente presentes, están ausentes en espíritu y alma. Su presencia es como una sombra, una mera existencia que carece de significado y trascendencia. Viven una muerte en vida, atrapados en una prisión de indiferencia que los priva de experimentar la plenitud y la riqueza que la vida puede ofrecer.
La sociedad moderna, inmersa en la vorágine del progreso y el éxito, a menudo ignora a estas almas perdidas. Sin embargo, su estado representa una advertencia para aquellos que, sin darse cuenta, podrían estar comenzando a transitar por el mismo camino. La vida es demasiado preciosa para ser desperdiciada en la indiferencia y la falta de propósito.
Es fundamental reconocer la importancia de vivir una vida con sentido, donde cada acción, cada elección, esté imbuida de reflexión y consideración. La búsqueda de significado y propósito debe ser una prioridad, una brújula que guíe cada paso dado en este viaje llamado vida.
En última instancia, el verdadero antídoto contra esta “muerte en vida” es la autoconciencia, la introspección y el compromiso con la vida misma. Es hora de despertar de la letargia, de desafiar la apatía y abrazar la existencia con todos sus desafíos y posibilidades. Solo así podremos escapar de la tragedia de una vida irrelevante y abrazar la plenitud de ser verdaderamente humanos.
*Franklin Díaz es coach y conferencista motivacional dominicano.
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