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El liderazgo es uno de los principios más importantes de la humanidad, pero también uno de los más complejos.
Las circunstancias y los factores externos pueden influir en la formación de un líder, pero la dinámica que impulsa este conjunto de habilidades es tan intrincada que, para considerarse un verdadero líder, no solo es necesario que surja esta figura, sino que, más allá de cualquier pronóstico, se requiere una sostenibilidad en el tiempo. Además, el desarrollo de estas destrezas debe permitir que se llegue al final de una vida útil sin apegos ni mezquindades, enfocando todo esfuerzo final en el desarrollo de otros que continúen ese liderazgo.
Este domingo 19 de mayo, en República Dominicana se llevará a cabo un torneo electoral que, según todos los estudios serios, apuntaba a una victoria contundente del partido de gobierno. Sin embargo, el propósito de este artículo no es discutir quién ganará o quién perderá, sino destacar ciertos tipos de liderazgos que, aunque pudieron nacer y desarrollarse de manera aceptable, han terminado ensombrecidos por manchas de corrupción y un vergonzoso papel en la postrimería de su ejercicio político. Se observa en algunos líderes un apego desmedido al poder, con un mesianismo obnubilado que les hace creer que más allá de ellos mismos no hay nadie que pueda sostener la antorcha.
El liderazgo, en su esencia, debería ser una fuerza positiva, una capacidad para inspirar y guiar a otros hacia metas comunes. Sin embargo, en muchos casos, vemos cómo algunos líderes se aferran al poder, incapaces de reconocer las virtudes de liderazgo en los demás. En lugar de fomentar el crecimiento de nuevos líderes, prefieren rodearse de seguidores que, muchas veces, son obligados a vociferar que no hay nadie más capaz de liderar. Esta actitud no solo es perjudicial para la organización o el país que lideran, sino también para la sociedad en su conjunto.
La historia está llena de ejemplos de líderes que, en su afán de perpetuarse en el poder, han caído en la trampa de la corrupción y el autoritarismo. A estos líderes, vistos como salvadores o reformadores, les recuerdan por su incapacidad de soltar las riendas del poder y permitir una transición ordenada y democrática. Esta conducta no solo daña su legado, sino que también impide el desarrollo de nuevas generaciones de líderes.
Un líder debe tener la capacidad de saber cuándo detenerse y cuándo seguir. Debe entender que cuando los vientos no soplan a su favor, es indicativo de que debe dejar el ego atrás y permitir que otros avancen. Sobre todo, no puede darse el lujo de, por su afán desmedido de estar siempre en la cima, participar en contiendas en las que, a todas luces, no saldrá bien parado. Para muchos, esto podría significar el final de su vida útil como líder.
El liderazgo requiere una visión a largo plazo. Un buen líder no solo se preocupa por los resultados inmediatos, sino que también tiene en mente el futuro de la organización o la sociedad que lidera. Esta visión a largo plazo debe estar acompañada por la capacidad de inspirar y motivar a otros a trabajar hacia esos objetivos futuros.
Sin embargo, uno de los aspectos más desafiantes del liderazgo es la capacidad de adaptarse y evolucionar. Los líderes deben reconocer cuando es el momento de dar un paso al costado y permitir que otros tomen el relevo. Este es un acto de humildad y sabiduría, que muchas veces es pasado por alto por aquellos que se aferran al poder.
En República Dominicana, este torneo electoral, de seguro pondrá de manifiesto la necesidad de un liderazgo renovado y auténtico. Los ciudadanos buscan líderes que no solo sean capaces de ganar elecciones, sino que también puedan gobernar con integridad y visión. La política dominicana, como muchas otras, ha sido testigo de líderes que, en lugar de servir a su pueblo, han buscado perpetuarse en el poder, dejando de lado los principios fundamentales del liderazgo.
*Franklin Díaz es coach y conferencista motivacional dominicano.
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