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Los seres humanos, como corrientes de agua desbordadas que se llevan todo a su paso, tendemos a acumular emociones, recuerdos y relaciones que marcan nuestras vidas de maneras profundas, dejando rastros que en ocasiones son positivos y en otras, tristemente, desgastan nuestras fuerzas y afectan nuestra paz interior.
En el trayecto de nuestras vidas, nos topamos con personas que enriquecen nuestra existencia y otras que parecen actuar como lastres, sumergiéndonos en un torbellino de emociones negativas, conflictos y desgaste emocional.
La toxicidad, lejos de ser siempre evidente, a menudo se manifiesta a través de actitudes que parecen inofensivas pero que, en el fondo, pueden ser devastadoras para nuestro bienestar mental. Las críticas constantes, la manipulación emocional, el pesimismo reiterado y la tendencia a sembrar dudas o conflictos son señales de la presencia de una persona tóxica en nuestras vidas, de modo que, convivir con individuos que actúan de esta manera puede transformarse en un desgaste emocional constante, haciéndonos sentir insuficientes, agotados y limitados en nuestro potencial.
Identificar a estas personas y establecer límites saludables es fundamental para preservar nuestra energía y bienestar emocional, sin embargo, no se trata de odiar ni de condenar, sino de proteger el espacio que hemos construido para florecer, dándonos el permiso de alejarnos cuando sea necesario, sin culpa ni rencores. Reconocer que nuestra paz es un recurso invaluable nos invita a ser selectivos con quienes elegimos compartir nuestro tiempo y nuestras emociones más íntimas.
Por otro lado, la vida nos obliga también a ser introspectivos y considerar si, en ocasiones, nosotros mismos hemos sido fuente de toxicidad para otros. Reflexionar sobre nuestras actitudes, asumir responsabilidad por nuestros errores y trabajar en convertirnos en seres que sumen valor y alegría a la vida de los demás, es un acto de valentía y humildad que define nuestro crecimiento.
Todos podemos cometer errores, pero el verdadero desafío radica en esforzarnos por ser mejores cada día, promoviendo la empatía, el apoyo y el respeto, y reconociendo cuando, en determinados momentos, nos excedemos en nuestros vínculos afectivos, convirtiéndonos, sin darnos cuenta, en un agente tóxico.
La vida es demasiado breve y preciosa como para desperdiciarla en relaciones que nos desgastan, en vínculos que, en lugar de fortalecer, solo restan y dividen. Es nuestra responsabilidad rodearnos de personas que nos inspiren a ser mejores, que multipliquen nuestras alegrías y alivien nuestras penas, de ahí que, escoger bien a quienes permitimos entrar en nuestras vidas es una forma de honrar nuestra propia dignidad y de recordar que merecemos relaciones que sumen, que construyan, que enriquezcan.
La gente tóxica puede restar y dividir, pero su impacto dependerá de cuánto espacio les permitamos ocupar; por ello, es importante establecer que, con valentía, determinación y cuidado de nuestro bienestar, siempre podremos construir un entorno donde predominen las sumas y multiplicaciones, dejando atrás todo aquello que solo busca estancarnos o dividirnos.
*Franklin Diaz es coach y conferencista motivacional dominicano.
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