@Jauregi@sylvia
Mientras el mundo intenta remendar los estragos del COVID-19, una crisis silenciosa crece entre las grietas de la normalidad aparente: la salud mental. No aparece en los noticieros con gráficas de curva ascendente, pero su impacto es profundo. Atraviesa generaciones, destroza hogares, y convierte la estabilidad emocional en un bien cada vez más inaccesible.La magnitud de lo invisible
Los últimos datos de la Administración de Servicios de Abuso de Sustancias y Salud Mental (SAMHSA) revelan una estadística que arde más que informa: uno de cada cuatro adultos en Estados Unidos (más de 61 millones de personas), ha enfrentado una enfermedad mental en el último año. La pandemia visible ya no es la única; ahora la mente se ha convertido en campo de batalla.
En 2024, el suicidio superó al COVID-19 como una de las principales causas de muerte. Entre jóvenes hispanos de 25 a 34 años, se posicionó como la segunda causa. Una tragedia silenciosa que no ocupa titulares, pero sí funerales.
El panorama es más grave entre los jóvenes adultos. Un 33.2% de quienes tienen entre 18 y 25 años viven con alguna forma de enfermedad mental. En los adolescentes de 12 a 17, aunque los indicadores bajan, siguen siendo alarmantes: uno de cada diez reporta pensamientos suicidas.La desigualdad racial también atraviesa esta pandemia. Los adultos latinos tienen 28% menos probabilidades de recibir tratamiento que los blancos no hispanos, incluso cuando presentan síntomas similares o más graves. La barrera no es solo idiomática o cultural: es económica.
En términos de género, las mujeres padecen más enfermedades mentales. Los hombres, sin embargo, mueren más por suicidio. La masculinidad cultural los empuja a callar hasta romperse.
Las cifras varían por estado. En Oregon, casi uno de cada tres adultos vive con una enfermedad mental. New Jersey, con el índice más bajo, aún muestra que uno de cada cinco lucha en silencio.
Cuando la mente se vuelve una jaula
La mente, hoy, es motivo de discapacidad. Un 5.6% de los adultos vive con enfermedades mentales graves que afectan su funcionalidad. Entre 2019 y 2024, las licencias médicas por salud mental crecieron más de 300%. Solo la depresión le cuesta al país 48 mil millones de dólares anuales en productividad.
El tratamiento: un lujo disfrazado de medicina
El tratamiento existe, pero es un privilegio. Menos del 52% de quienes necesitan ayuda la reciben. El costo promedio de una sesión privada de terapia es de 100 a 250 dólares. Para muchos, inalcanzable. Y para los latinos, aún más.
Mientras el acceso a un terapeuta dependa del código postal, del tipo de seguro o del saldo bancario, no hablaremos de una democracia saludable. La salud mental no puede seguir siendo una mercancía. Si uno de cada cinco adultos en el país necesita ayuda, el silencio ya no es opción.
Un llamado a la humanidad
Es momento de dejar de mirar hacia otro lado. Esta es una pandemia sin vacuna, pero con soluciones posibles. Que la compasión no cueste. Que el cuidado no se venda. Que el país no olvide que, sin salud mental, no hay futuro posible.
* La autora estudio Comunicación Política e Institucional en UCA Comunicación Política, y es presidenta de la National Association of Hispanic Journalists (NAHJ), Capítulo New Jersey.



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