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lunes, 26 de junio de 2023

Mis condolencias en un viaje de aventura

Por Franklin Diaz
cpuederd@gmail.com
A propósito del sumergible “Titán” que se desintegró en el fondo marino del Océano Atlántico, a uno 600 kilómetros de la costa de Newfoundland (Canadá), cuando se dirigía en un viaje turístico con varias personas a bordo para ver los restos del Titanic, se han perdido cinco valiosas vidas en un viaje de aventura que nos hacen reflexionar.

El “Titán” llevaba a bordo al millonario Shahzada Dawood y su hijo de 19 años, Suleman; Hamish Harding, empresario y aventurero británico; Paul-Henri Nargeolet, un famoso explorador francés, y Stockton Rush, director de Ocean Gate, la empresa responsable de estos viajes.

No importa desde qué perspectiva hayamos visto esta tragedia, lo cierto es que fallecieron cinco seres humanos, cuyo lamentable incidente y las vivencias de ellos, jamás podrán ser contadas, aunque James Cameron se anime a proyectarlas en las pantallas del séptimo arte bajo el amparo de su prodigiosa y bien probada imaginación.

He visto con lástima y vergüenza cómo tantas personas han mostrado poco o ningún respeto por las vidas de los fallecidos y el dolor de sus familiares. La cantidad de gente que ha utilizado sus redes sociales para burlarse de ese triste y desafortunado drama evidencia el poco valor humano que sienten la tragedia. Justificando así, por la riqueza individual de los fallecidos y la escasa atención que entienden se les ha prestado a casos similares en los que se han visto envueltas mayor número de personas, como el lamentable Naufragio en Grecia, en el que iban unos 100 niños a bordo del barco hundido con cientos de migrantes; se han prestado, para de cierto modo, celebrar el desenlace fatal del “Titán”. Eso debe ser repudiado por todos los que entendemos y reconocemos el valor de una vida, sin importar el nivel económico y social.

La alegría que algunas personas encuentran en la desgracia de otros es un fenómeno complejo y preocupante. Aunque puede resultar difícil de comprender, existen varias razones subyacentes que pueden explicar este comportamiento poco empático, sin embargo, quiero limitarme al hecho de que algunas personas experimentan una sensación de superioridad al presenciar el sufrimiento ajeno. Les brinda una especie de satisfacción egoísta que refuerza su propio sentido de valía.

Al compararse con aquellos que están pasando por dificultades, estas personas se sienten mejor consigo mismas y alimentan su propia autoestima a costa del infortunio de los demás.

Es importante destacar que la alegría ante el infortunio ajeno refleja una falta de empatía y una incapacidad para comprender el sufrimiento de los demás. Estas personas pueden carecer de la capacidad de ponerse en el lugar de los demás y sentir compasión por su situación. Tal vez han experimentado traumas o desarrollado una mentalidad egoísta que los lleva a desconectar emocionalmente de las experiencias ajenas.

Quienes tienen este tipo de actitud deleznable, olvidan que la empatía, la compasión y la solidaridad son valores fundamentales que nos conectan como seres humanos, por eso, así como lamentamos la muerte de cientos de migrantes pobres, también lamentamos la muerte de cinco millonarios que por tener esta condición no les quita el derecho a ser considerados seres humanos de valor.

Celebrar el infortunio de los demás no solo se refleja negativamente en quienes lo hacen, sino que también socava los principios fundamentales de la humanidad. En lugar de alegrarse de la desgracia de otros, debemos esforzarnos por cultivar una actitud de solidaridad y apoyo mutuo, reconociendo que la felicidad y el bienestar de todos están intrínsecamente interconectados.

Mis condolencias para los familiares de los cientos de migrantes que lamentablemente perecieron en el Naufragio en Grecia; también mis conmiseraciones para los cinco tripulantes del Titán.

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