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sábado, 25 de mayo de 2024

DOÑA DULCE: El eco de su voz

Por Franklin Diaz
cpuederd@gmail.com
Doña Dulce fue una mujer de palabras suaves y acciones firmes, una presencia constante en la vida de todos los que tuvieron el privilegio de conocerla. Para su hijo Luis, sin embargo, ella fue durante mucho tiempo una figura dada por sentado, un amor que, aunque siempre presente, nunca fue plenamente valorado hasta que ya no estuvo.

En los días que siguieron a su partida, la casa de Doña Dulce resonaba con el silencio de las cosas no dichas. Luis, ahora sumido en la quietud de los recuerdos, comenzó a escuchar con más claridad el eco de la voz de su madre, esas palabras llenas de amor y advertencia, de sabiduría y paciencia.
Había tanto que Luis había ignorado, ocupado siempre en la prisa de la vida moderna. Recordaba las tardes en que Doña Dulce le esperaba con la cena lista, su mirada llena de expectativa por compartir sobre su día, solo para recibir de él respuestas cortantes, un interés fingido. Ahora, esas mismas cenas le parecían un banquete de momentos perdidos.

Con cada día que pasaba, Luis se daba cuenta del valor inmenso de los pequeños gestos de su madre. Cada consejo que antes ignoraba, ahora lo atesoraba como si fuera oro puro, cada gesto de amor que no supo valorar, lo añoraba con un dolor renovado. Había aprendido, demasiado tarde, que el amor de una madre es un regalo incondicional, uno que no espera retorno pero que es digno de toda reciprocidad.

El arrepentimiento puede ser un compañero cruel, pero también un maestro poderoso. En el silencio de su pena, Luis comenzó a transmitir a otros jóvenes la importancia de valorar a las madres mientras están presentes. Usó su historia como un espejo en el que otros podrían verse y, tal vez, cambiar el curso de sus relaciones antes de que fuera demasiado tarde.

En el día de las Madres, mientras muchos celebran con regalos y flores, les ofrezco este relato como un regalo a la memoria de Doña Dulce. Es un llamado a todos aquellos que aún tienen la oportunidad de hablar y abrazar a sus madres: no esperen a que el eco de su voz sea lo único que les quede. Valoren cada momento, cada palabra, cada sacrificio. Porque en el amor de una madre se encuentra una fortaleza que, incluso en su ausencia, sigue guiando y protegiendo.

Así que hoy, en honor a Doña Dulce y a todas las madres que, como ella, han moldeado vidas y corazones con la arcilla de su amor y sacrificio, hagamos una pausa para sumergirnos profundamente en la reflexión sobre ese amor tan vasto y frecuentemente pasado por alto. Recordemos que cada palabra de aliento, cada toque suave, cada mirada que portaba la fuerza de su preocupación y el brillo de su orgullo, son tesoros incalculables que, una vez perdidos, solo podemos recobrar en la memoria.

Que el eco de su voz, impregnado de amor y sabiduría, no solo resuene, sino que retumbe en nuestras acciones y decisiones. Que inspire en nosotros una reverencia renovada por esas extraordinarias mujeres en nuestras vidas, que continuamente siembran las semillas de quien somos sin esperar nada a cambio. Transformemos el arrepentimiento en acción y el recuerdo en un compromiso firme.

Dediquemos, entonces, no solo este día, sino cada día a vivir de una manera que haga justicia al legado de nuestras madres. Hablemos con amor, actuemos con bondad, y sobre todo, valoricemos y celebremos a nuestras madres mientras las tenemos. No dejemos que el valor de su presencia sea reconocido solamente en su ausencia. Que el recuerdo de Doña Dulce, y de todas las madres que hemos amado y perdido, sea un faro que nos guíe hacia un amor más grande y profundo.
*Franklin Díaz es coach y conferencista motivacional dominicano.

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